lunes, 10 de febrero de 2014

El descubridor de la vainilla perseguido por la Inquisición.


No es que fuese un delito especialmente penado el descubrir nuevos ingredientes para las despensas del viejo mundo, pero las personas inquietas siempre fueron molestas para una entidad tan poco amiga de las cosas nuevas como fue la Inquisición.

Uno de estos intrépidos personajes fue un franciscano leonés llamado Bernardino Rivera, que al ser del municipio de Sahagún tomó los hábitos bajo el nombre de Bernardino de Sahagún.

Durante sus años de juventud la orden estaba especialmente revuelta con las reformas del mandamás en la España de ese momento, que no era otro que el Cardenal Cisneros, gran emprendedor de una reforma clerical con la que pretendía que los sacerdotes dedicasen más tiempo a su formación cultural que a entretenerse con las barraganas (asistentas del hogar en un amplio sentido del término).

En ese ambiente reformista y empapado de las teorías de Antonio de Nebrija, que tanta importancia daban al estudio de las lenguas, no es de extrañar que el joven monje sintiese un irresistible interés por las cosas que pasaban en ese otro Nuevo Mundo.
Bernardino de Sahagún. Uno de los primeros
etnógrafos modernos.


De este modo, y quizás pensando en las sospechas que se cernían sobre su familia al ser cristianos nuevos marchó en 1529 a lo que hoy llamaríamos México. Donde a falta de judíos, moriscos y protestantes, el ambiente era mucho más tranquilo.

De hecho los franciscanos (orden a la que pertenecía Bernardino) vieron una oportunidad de oro para hacer una nueva Iglesia, una comunidad cristiana que partiese de cero, y que siguiendo los pasos de los primeros cristianos creciese sin la cizaña que suponía todas las ideas que circulaban en España.

No era tarea fácil ya que los nativos contaban aún con muchas influencias paganas, que en la mayoría de los casos se consideraban satánicas, pero al fin y al cabo era más fácil luchar contra el Diablo que contra Calvino, Lutero y las amenazas de los Turcos.

Por ello, los franciscanos emplearon una estrategia realmente singular, hacer que los indígenas cambiasen de religión, pero no de lengua. ¿Qué debían hacer entonces los misioneros? Aprender usos y costumbres de aquellas desconocidas gentes.

Sin apenas darse cuenta Bernardino de Sahagún estaba sentando las bases de la moderna antropología y etnografía, haciendo que la relación entre franciscanos y aborígenes fuese tan fluida que le permitió escribir la Historia General de las cosas de la Nueva España.

Un proyecto en el que Bernardino de Sahagún era más bien un director ya que los hijos de los nobles mexicas le ayudaron a compliar todos los conocimientos de la cultura precolombina, ritos, creencias, organización social, animales, plantas… Y fue ahí en ese apartado concreto donde Bernardino y los suyos apuntan:

 la vainilla, fue obtenida por los indios totonacas a partir de un delicado proceso de cultivo y polinización de la orquídea que la produce, así como en el proceso de fermentación, que permite obtener y conservar mejor el aroma. Otras plantas que aromatizaban el cacao en el achiote, la rosita del cacao y la yoloxóchitl, que es la magnolia.



                                  


La estrategia de los franciscanos estaba funcionando, los indios ofrecían toda su vasta y rica cultura, pero a cambio ¿Qué recibían?

He ahí el problema, el aprendizaje universitario que los hijos de los nobles indígenas estaban recibiendo influiría negativamente en su dominación, y aquellas libertades a la hora de aprender … no era muy bien aceptada por la Inquisición que con los dominicos a la cabeza no dejarían que nadie escapase del redil, de hecho su propio nombre lo indica ( eran los "domine-can", los perros del Señor).

Acusado de dejarse seducir fácilmente por los engaños diabólicos, fray Bernardino de Sahagún fue poco a poco relegado, aplicándole recortes que impedían que su investigación progresase, trasladándole de un destino a otro, con tal de que cesase en su empeño por conocer la cultura precolombina, y lo que es peor, que encontrase algo que tirase al traste la visión que del mundo tenían los inquisidores.

Un miedo que fácilmente se alió con la pereza pues además del miedo a perder poder estaba el pasotismo por resolver las diferencias con el uso de la palabra, prefiriendo zanjar cualquier asunto con el uso de la fuerza. Lo que evidencia que desde hace siglos hay gente que se dedica a amargar la vida a los demás pero al final, se termina recordando a quien se dedicó a endulzarnosla con descubrimientos tan deliciosos como la vainilla.



  

martes, 21 de enero de 2014

El coco, una fruta con nombre de monstruo.



Vasco de Gama bautizador del coco.
Algo que con total seguridad haremos el día 14 de febrero en nuestra próxima cena de   “A comerse el mundo” es analizar el origen del nombre de los alimentos. Y es que si el descubrimiento de una planta, fruta o verdura supone un dilema, ese suele ser el hecho de cómo llamarlo.

En algunas ocasiones simplemente se adaptaban los términos indígenas como es el caso del tomate o el chocolate pero en otras muchas se inventaban nombres nuevos haciendo uso del ingenio más inaudito.

Uno de los “bautizadores de alimentos” más famoso fue el portugués Vasco de Gama, cuya pericia como navegante le hizo llegar la India en 1498. Seguramente la expedición tenía muchos intereses secretos, en busca de reinos perdidos y grupos de cristianos que se suponía que vivían en el otro lado del mundo. Pero también había un objetivo claro comerciar con las especies.

Exóticos condimentos imposibles de cultivar en Europa, y cuyo peso valía más que el propio oro. La canela, la pimienta o la nuez moscada eran tan valiosas que los comerciantes adornaron sus lugares de origen con seres fantasiosos que incrementaban su valor.

Quizás empapado de todas esas leyendas, el propio Vasco de Gama llegó a la desembocadura del Ganges, donde si no pudo encontrar aquellos mitológicos seres, si pudo encontrar un extraordinario árbol con un curioso fruto, resistente, esférico y con cierto aspecto peludo.



Coco partido por la mitad y
coco conmocionado por la brutal escena 
Todo apunta a que tras darle muchas vueltas a aquel extraño fruto Vasco de Gama terminó interpretando las tres pequeñas manchas circulares que tiene el coco, como la boca y los ojitos de un sorprendido personaje cuya desordenada cabellera le añadía un aspecto monstruoso.

Era, como no podía ser de otra manera, el Coco. Ese extraño personaje con el que Vasco de Gama como otros tantos niños de Portugal y España eran asustados, Era sin lugar a dudas aquel feroz personaje que devoraba niños que no querían dormir. Era el Coco.

Mucho se ha hablado sobre el origen de este monstruo pero no está nada claro. Para algunos viene del término latino coquus (cocinero) y para otros del griego kakós. En defensa de los hosteleros hemos de decir que última acepción parece la más acertada, por que además de haberse convertido en sinónimo de ladrón (caco) hace también referencia a un monstruo mitológico, bastante amigo de lo ajeno y mundialmente conocido por sus malos hábitos como vomitar torbellinos y llamas de humo, algo que podía ser resultante de la pesada digestión que supone devorar a unos cuantos humanos al día.Un mal hábito que encajaría en la pertinaz manía del Coco como zampa-niños. 

De ser cierto (y todo apunta a que lo es) se podría decir que Vasco de Gama dio la vuelta a la tortilla creando una justa venganza al añadir el coco en el resto de dietas del mundo. Pues además de disfrutar de un aporte nutritivo rico en potasio, magnesio y una excelente forma de tomar fibra,  permite  que desde entonces sean los niños los que pueden comer cocos y no al revés.