lunes, 20 de abril de 2015

Ya tenemos el menú

Tras una cuidadosa selección de los mejores productos, las recetas más sabrosas y los alimentos más representativos del Siglo de Oro, el Jardín Prohibido ha creado un menú a la altura de nuestros más elevados literatos así como de nuestros magníficos comensales del próximo 23 de abril (+info)
Por ello y para daros algunas pistas os hemos dejado un mensaje oculto bajo el título de cada plato ¿Os suena alguno? ¿No?  Eso es señal de que a Miguel Zorita le quedan muchas anécdotas por contar.

Y recordad, apenas quedan plazas libres, no lo dejéis escapar la vuestra. Información y reservas. 630 57 82 51







jueves, 16 de abril de 2015

Granizados en el Siglo de Oro



La imagen a veces estereotipada que tenemos del teatro del siglo XVII nos hace imaginarnos a un publico educado y respetable que atendía con interés las obras representadas.
Sin embargo la realidad histórica era bien distinta, peleas, griteríos y demás altercados hacían de los corrales de comedias un autentico jolgorio donde la calidad de las obras se medía por el silencio que éstas provocaban entre tanto vocerío.
En ese populoso ambiente no faltaban los vendedores ambulantes de frutos secos, avellanas, peladillas.., y todo un repertorio de alimentos que hoy nos parecerían inconcebibles ante la representación de las obras de Calderón o Lope de Vega.




Entre aquellos aperitivos también había refrigerios como la hidromiel, la horchata y quizás el más singular de todos. El granizado.
En una época sin frigoríficos cuesta entender cómo en una actuación veraniega alguien pudiese disfrutar de un dulce granizado pero lo cierto es que lo consumían y de muy buen grado. En Madrid como capital del reino es de donde más noticias nos han llegado e incluso hoy  sabemos donde tenían los madrileños no las neveras, pero si los "neveros".


Nevero  a las afueras de Soria

Como la propia palabra indica nevero proviene de nieve, y es que este material era recogido en la sierra de Guadarrama para traerlo en mulas hasta Madrid. Allí se guardaba en unos pozos aislando la nieve con paja a una profundidad suficiente como para conservarlo durante todos los meses del año.
Luego se sacaban y con jarabes de frutas, especialmente de limón, se servía a la concurrencia de los teatros, o en casas privadas donde la aristocracia disfrutaba de tales manjares.
También se llamaba al granizado "garapiña" pues se hacía con azúcar y cortezas de piña, quedando algo más líquido que el granizado que hoy día conocemos.
De hecho Calderón de la Barca le dio ese título a una mojiganga (pequeña pieza teatral) en honor a estas bebidas.                              


                                       

Estos pozos, llamados neveros, o simplemente pozos de la nieve han quedado reflejados en los mapas de Madrid, especialmente el plano de Pedro Teixeira de 1656 donde una de las puertas norte de la ciudad aparece mencionada como "Puerta de los Poços de la Nieve".  

                                           

La perfección del cartógrafo portugués al detallar todos los lugares de Madrid nos permite hoy día localizar aquel lugar con cierta exactitud, localizando dichos pozos de la nieve en la confluencia de las calles Fuencarral, con Divino Pastor y Apodaca.

                                    



Quién sabe si alguno de nuestros lectores lea ahora estas lineas desde el mismo lugar del que hablamos, un enclave inadvertido pero que nos ayuda a "refrescar" nuestra historia.

                        







miércoles, 15 de abril de 2015

El hambre de Sancho Panza



Hasta 58 veces aparece la palabra "hambre" en las páginas del Quijote (20 en la primera parte y 38 en la segunda), y precisamente muchas de ellas vinculadas con Sancho Panza que es el que más penurias pasa en cuestiones gastronómicas.
En el capítulo 5 de la segunda parte Don Quijote alecciona a su escudero con una frase tan paradógica como cierta y es que: "La mejor salsa del mundo es la hambre; y como ésta no falta a los pobres, siempre comen con gusto."
Algo que solo se puede entender en la locura del hidalgo que bajo sus diversos encantamientos asume no tener apetito por causas mágicas como contra punto Sancho busca la menor ocasión para hacerse con algún alimento durante los ayunos de su señor. 
Estas ansias por la comida provocaron las escenas más jocosas de la novela.

"Cuenta la historia que cuando don Quijote daba voces a Sancho que le trujese el yelmo, estaba él comprando unos requesones que los pastores le vendían; y, acosado de la mucha priesa de su amo, no supo qué hacer dellos, ni en qué traerlos, y, por no perderlos, que ya los tenía pagados, acordó de echarlos en la celada de su señor, y con este buen recado volvió a ver lo que le quería; el cual, en llegando, le dijo:
 –Dame, amigo, esa celada; que yo sé poco de aventuras, o lo que allí descubro es alguna que me ha de necesitar, y me necesita, a tomar mis armas. 
(...)Y, volviéndose a Sancho, le pidió la celada; el cual, como no tuvo lugar de sacar los requesones, le fue forzoso dársela como estaba. Tomóla don Quijote, y, sin que echase de ver lo que dentro venía, con toda priesa se la encajó en la cabeza; y, como los requesones se apretaron y exprimieron, comenzó a correr el suero por todo el rostro y barbas de don Quijote, de lo que recibió tal susto, que dijo a Sancho: 
–¿Qué será esto, Sancho, que parece que se me ablandan los cascos, o se me derriten los sesos, o que sudo de los pies a la cabeza? Y si es que sudo, en verdad que no es de miedo; sin duda creo que es terrible la aventura que agora quiere sucederme. Dame, si tienes, con que me limpie, que el copioso sudor me ciega los ojos..."


Pero no acaban ahí las aventuras gastronómicas de Sancho, en esta segunda parte del Quijote encontramos también otro de los hechos divertidos cuando los presuntos sirvientes que rinden pleitesía al escudero en la ínsula de Barataria, se mofan de él prohibiéndole todo tipo de manjares que previamente le han mostrado.
Las razones médicas que arguye el maestresala y el doctor acaban enloqueciendo a Sancho quien por mantener las formas y el protocolo se queda sin probar bocado.
Un tema que en cierto sentido sigue presente en nuestros días, donde el gozar del buen yantar parece en ocasiones pecado.
Recordad el día 23 nos vemos en el restaurante el Jardín Prohibido
en la cena de "La gastronomía de los literatos"



sábado, 11 de abril de 2015

Cena con visita guiada



En esta nueva etapa de "A comerse el mundo" os ofrecemos un aliciente muy especial.

Se trata de una visita guiada justo antes de la cena, en la que nuestro guía Miguel Zorita nos descubrirá in situ, multitud de anécdotas de las calles y rincones donde vivieron los literatos que protagonizan nuestra cena.

No dejes escapar esta oportunidad y ven a conocer como nunca lo habías visto el Madrid del Siglo de Oro.

Llama e infórmate. 630 57 82 51

Ruta; 12 €
Cena: 20 €
Ruta + Cena: 30 €

            

Regresan las cenas de A COMERSE EL MUNDO




Como cada primavera vuelven las cenas de "A comerse el mundo" en esta ocasión y coincidiendo con el día del libro (23 de abril) os deleitamos con:  La gastronomía de los literatos.

Una cena donde degustaremos la comida típica del Siglo de Oro, y cuyas recetas podemos rastrear en novelas, poesías y obras teatrales.

En esta ocasión contamos con un restaurante de excepción, El Jardín Prohibido (www.eljardinprohibido.com) situado en la calle de la Cruz nº 19, en pleno centro de Madrid. Cuya carta y decoración se prestan totalmente al tema que tratamos.

                       

Además le hemos añadido un nuevo aliciente opcional como es una ruta previa por el cercano barrio de las letras, donde visitaremos los lugares claves de nuestra cena. Estad atentos, muy pronto os iremos dando más detalles 

La cena tendrá lugar el jueves 23 de abril a las 21.00. Para más información y reservas. 630 57 82 51

                     


lunes, 10 de febrero de 2014

El descubridor de la vainilla perseguido por la Inquisición.


No es que fuese un delito especialmente penado el descubrir nuevos ingredientes para las despensas del viejo mundo, pero las personas inquietas siempre fueron molestas para una entidad tan poco amiga de las cosas nuevas como fue la Inquisición.

Uno de estos intrépidos personajes fue un franciscano leonés llamado Bernardino Rivera, que al ser del municipio de Sahagún tomó los hábitos bajo el nombre de Bernardino de Sahagún.

Durante sus años de juventud la orden estaba especialmente revuelta con las reformas del mandamás en la España de ese momento, que no era otro que el Cardenal Cisneros, gran emprendedor de una reforma clerical con la que pretendía que los sacerdotes dedicasen más tiempo a su formación cultural que a entretenerse con las barraganas (asistentas del hogar en un amplio sentido del término).

En ese ambiente reformista y empapado de las teorías de Antonio de Nebrija, que tanta importancia daban al estudio de las lenguas, no es de extrañar que el joven monje sintiese un irresistible interés por las cosas que pasaban en ese otro Nuevo Mundo.
Bernardino de Sahagún. Uno de los primeros
etnógrafos modernos.


De este modo, y quizás pensando en las sospechas que se cernían sobre su familia al ser cristianos nuevos marchó en 1529 a lo que hoy llamaríamos México. Donde a falta de judíos, moriscos y protestantes, el ambiente era mucho más tranquilo.

De hecho los franciscanos (orden a la que pertenecía Bernardino) vieron una oportunidad de oro para hacer una nueva Iglesia, una comunidad cristiana que partiese de cero, y que siguiendo los pasos de los primeros cristianos creciese sin la cizaña que suponía todas las ideas que circulaban en España.

No era tarea fácil ya que los nativos contaban aún con muchas influencias paganas, que en la mayoría de los casos se consideraban satánicas, pero al fin y al cabo era más fácil luchar contra el Diablo que contra Calvino, Lutero y las amenazas de los Turcos.

Por ello, los franciscanos emplearon una estrategia realmente singular, hacer que los indígenas cambiasen de religión, pero no de lengua. ¿Qué debían hacer entonces los misioneros? Aprender usos y costumbres de aquellas desconocidas gentes.

Sin apenas darse cuenta Bernardino de Sahagún estaba sentando las bases de la moderna antropología y etnografía, haciendo que la relación entre franciscanos y aborígenes fuese tan fluida que le permitió escribir la Historia General de las cosas de la Nueva España.

Un proyecto en el que Bernardino de Sahagún era más bien un director ya que los hijos de los nobles mexicas le ayudaron a compliar todos los conocimientos de la cultura precolombina, ritos, creencias, organización social, animales, plantas… Y fue ahí en ese apartado concreto donde Bernardino y los suyos apuntan:

 la vainilla, fue obtenida por los indios totonacas a partir de un delicado proceso de cultivo y polinización de la orquídea que la produce, así como en el proceso de fermentación, que permite obtener y conservar mejor el aroma. Otras plantas que aromatizaban el cacao en el achiote, la rosita del cacao y la yoloxóchitl, que es la magnolia.



                                  


La estrategia de los franciscanos estaba funcionando, los indios ofrecían toda su vasta y rica cultura, pero a cambio ¿Qué recibían?

He ahí el problema, el aprendizaje universitario que los hijos de los nobles indígenas estaban recibiendo influiría negativamente en su dominación, y aquellas libertades a la hora de aprender … no era muy bien aceptada por la Inquisición que con los dominicos a la cabeza no dejarían que nadie escapase del redil, de hecho su propio nombre lo indica ( eran los "domine-can", los perros del Señor).

Acusado de dejarse seducir fácilmente por los engaños diabólicos, fray Bernardino de Sahagún fue poco a poco relegado, aplicándole recortes que impedían que su investigación progresase, trasladándole de un destino a otro, con tal de que cesase en su empeño por conocer la cultura precolombina, y lo que es peor, que encontrase algo que tirase al traste la visión que del mundo tenían los inquisidores.

Un miedo que fácilmente se alió con la pereza pues además del miedo a perder poder estaba el pasotismo por resolver las diferencias con el uso de la palabra, prefiriendo zanjar cualquier asunto con el uso de la fuerza. Lo que evidencia que desde hace siglos hay gente que se dedica a amargar la vida a los demás pero al final, se termina recordando a quien se dedicó a endulzarnosla con descubrimientos tan deliciosos como la vainilla.



  

martes, 21 de enero de 2014

El coco, una fruta con nombre de monstruo.



Vasco de Gama bautizador del coco.
Algo que con total seguridad haremos el día 14 de febrero en nuestra próxima cena de   “A comerse el mundo” es analizar el origen del nombre de los alimentos. Y es que si el descubrimiento de una planta, fruta o verdura supone un dilema, ese suele ser el hecho de cómo llamarlo.

En algunas ocasiones simplemente se adaptaban los términos indígenas como es el caso del tomate o el chocolate pero en otras muchas se inventaban nombres nuevos haciendo uso del ingenio más inaudito.

Uno de los “bautizadores de alimentos” más famoso fue el portugués Vasco de Gama, cuya pericia como navegante le hizo llegar la India en 1498. Seguramente la expedición tenía muchos intereses secretos, en busca de reinos perdidos y grupos de cristianos que se suponía que vivían en el otro lado del mundo. Pero también había un objetivo claro comerciar con las especies.

Exóticos condimentos imposibles de cultivar en Europa, y cuyo peso valía más que el propio oro. La canela, la pimienta o la nuez moscada eran tan valiosas que los comerciantes adornaron sus lugares de origen con seres fantasiosos que incrementaban su valor.

Quizás empapado de todas esas leyendas, el propio Vasco de Gama llegó a la desembocadura del Ganges, donde si no pudo encontrar aquellos mitológicos seres, si pudo encontrar un extraordinario árbol con un curioso fruto, resistente, esférico y con cierto aspecto peludo.



Coco partido por la mitad y
coco conmocionado por la brutal escena 
Todo apunta a que tras darle muchas vueltas a aquel extraño fruto Vasco de Gama terminó interpretando las tres pequeñas manchas circulares que tiene el coco, como la boca y los ojitos de un sorprendido personaje cuya desordenada cabellera le añadía un aspecto monstruoso.

Era, como no podía ser de otra manera, el Coco. Ese extraño personaje con el que Vasco de Gama como otros tantos niños de Portugal y España eran asustados, Era sin lugar a dudas aquel feroz personaje que devoraba niños que no querían dormir. Era el Coco.

Mucho se ha hablado sobre el origen de este monstruo pero no está nada claro. Para algunos viene del término latino coquus (cocinero) y para otros del griego kakós. En defensa de los hosteleros hemos de decir que última acepción parece la más acertada, por que además de haberse convertido en sinónimo de ladrón (caco) hace también referencia a un monstruo mitológico, bastante amigo de lo ajeno y mundialmente conocido por sus malos hábitos como vomitar torbellinos y llamas de humo, algo que podía ser resultante de la pesada digestión que supone devorar a unos cuantos humanos al día.Un mal hábito que encajaría en la pertinaz manía del Coco como zampa-niños. 

De ser cierto (y todo apunta a que lo es) se podría decir que Vasco de Gama dio la vuelta a la tortilla creando una justa venganza al añadir el coco en el resto de dietas del mundo. Pues además de disfrutar de un aporte nutritivo rico en potasio, magnesio y una excelente forma de tomar fibra,  permite  que desde entonces sean los niños los que pueden comer cocos y no al revés.