jueves, 16 de abril de 2015

Granizados en el Siglo de Oro



La imagen a veces estereotipada que tenemos del teatro del siglo XVII nos hace imaginarnos a un publico educado y respetable que atendía con interés las obras representadas.
Sin embargo la realidad histórica era bien distinta, peleas, griteríos y demás altercados hacían de los corrales de comedias un autentico jolgorio donde la calidad de las obras se medía por el silencio que éstas provocaban entre tanto vocerío.
En ese populoso ambiente no faltaban los vendedores ambulantes de frutos secos, avellanas, peladillas.., y todo un repertorio de alimentos que hoy nos parecerían inconcebibles ante la representación de las obras de Calderón o Lope de Vega.




Entre aquellos aperitivos también había refrigerios como la hidromiel, la horchata y quizás el más singular de todos. El granizado.
En una época sin frigoríficos cuesta entender cómo en una actuación veraniega alguien pudiese disfrutar de un dulce granizado pero lo cierto es que lo consumían y de muy buen grado. En Madrid como capital del reino es de donde más noticias nos han llegado e incluso hoy  sabemos donde tenían los madrileños no las neveras, pero si los "neveros".


Nevero  a las afueras de Soria

Como la propia palabra indica nevero proviene de nieve, y es que este material era recogido en la sierra de Guadarrama para traerlo en mulas hasta Madrid. Allí se guardaba en unos pozos aislando la nieve con paja a una profundidad suficiente como para conservarlo durante todos los meses del año.
Luego se sacaban y con jarabes de frutas, especialmente de limón, se servía a la concurrencia de los teatros, o en casas privadas donde la aristocracia disfrutaba de tales manjares.
También se llamaba al granizado "garapiña" pues se hacía con azúcar y cortezas de piña, quedando algo más líquido que el granizado que hoy día conocemos.
De hecho Calderón de la Barca le dio ese título a una mojiganga (pequeña pieza teatral) en honor a estas bebidas.                              


                                       

Estos pozos, llamados neveros, o simplemente pozos de la nieve han quedado reflejados en los mapas de Madrid, especialmente el plano de Pedro Teixeira de 1656 donde una de las puertas norte de la ciudad aparece mencionada como "Puerta de los Poços de la Nieve".  

                                           

La perfección del cartógrafo portugués al detallar todos los lugares de Madrid nos permite hoy día localizar aquel lugar con cierta exactitud, localizando dichos pozos de la nieve en la confluencia de las calles Fuencarral, con Divino Pastor y Apodaca.

                                    



Quién sabe si alguno de nuestros lectores lea ahora estas lineas desde el mismo lugar del que hablamos, un enclave inadvertido pero que nos ayuda a "refrescar" nuestra historia.

                        







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