El Monasterio de
Piedra y el chocolate.
Múltiples
son las anécdotas que rodean este bellísimo lugar al sur de la provincia de
Zaragoza. Sus impresionantes cascadas y sus mágicos rincones lo hacen un lugar
verdaderamente idílico, sin embargo no todo el mundo repara en que si se llama “Monasterio
de Piedra” no es solo porque las aguas que lo bañan son las del río
Piedra, si no porque también hay un monasterio cisterciense lleno de secretos e
historias muy del gusto de nuestro blog.
El
edificio ya de por sí es una maravilla, a la que se le añade el mérito
de haber sido construido en tan solo 23 años (desde 1195 hasta 1218), aunque
bien es cierto que al construirse sobre una fortaleza árabe anterior, el
abastecimiento de materiales fue muy sencillo.
Pero
no nos detendremos en su magnífica sala capitular, ni las estancias en las que
vivió y murió el escritor Jerónimo de Passamonte (enemiguísimo de Cervantes y a
quien algunos atribuyen el Quijote apócrifo de Avellaneda). Nos situaremos en
uno de esos lugares que en ocasiones pasa desapercibido en los grandes
edificios de nuestro patrimonio. Las cocinas.
Allí
bajo el oscuro hollín que tiñe toda la sala, se encuentran las chimeneas y los
fogones donde se cocinó por primera vez en Europa… el chocolate.
El descubrimiento de tan extraña bebida fue
anotado ya por Cristóbal Colón aunque que no dio ninguna importancia a esa bebida que llamaban “xocolatl”,
sin embargo el verdadero impulsor llegaría unos años más tarde.
Se trataba del monje cisterciense Jerónimo de Aguilar, compañero de aventuras de Núñez de Balboa y tiempo después de Cortés. Este ecijano vivió todo tipo de aventuras en el recién descubierto Nuevo Mundo, allí sufrió un naufragio, sobrevivió a los ataques de los indígenas e incluso vio como el otro único superviviente de la expedición (Gonzalo Guerrero) se hizo indio mezclándose con la población autóctona y combatiendo incluso a sus antiguos compatriotas españoles.
Jerónimo
de Aguilar por su parte se sumó a las filas de Hernán Cortés cuando éste
desembarcó en el continente. Jerónimo que llevaba arduos años viviendo con los
indios se convirtió de inmediato en un perfecto traductor, y gran conocedor de
la cultura mexica.
Tanto es así, que se percató de que esa espesa bebida que Colón había despreciado, aportaba una importante dosis energética a la alimentación. Haciendo que los propios nativos considerasen al cacao como una planta otorgada por los dioses.
Conocedor
de esas ventajas Jerónimo de Aguilar mandó varios sacos de cacao al abad de un
monasterio que como él, pertenecía a la orden del Cister, ese lugar no fue otro
que el Monasterio de Piedra, donde los ayunos y las duras tareas del campo se
hacían más llevaderas con un sorbito de chocolate.
Al principio resultaba algo amargo, pero poco a poco el ingenio de los monjes aragoneses lo hizo endulzar, primero con miel y a posteriori con azúcar. Quedaba así una bebida dulce, fortalecedora en invierno y dulce acompañamiento en los postres del verano.
De esta manera cambió para siempre la repostería mundial, donde se añadió chocolate en virutas, cremas, láminas, coberturas y deliciosos bombones. Se abrieron establecimientos exclusivos donde el aroma de este nuevo alimento fue seña de identidad. El simple chasquido de la tableta al partir una onza sigue haciendo recordar a muchas generaciones, felices momentos de su infancia.
En definitiva, una riquísima cantidad de ventajas
que hicieron que el chocolate se extendiese por Europa a una velocidad tan solo comparable, con la que muchos lectores alcanzaran al ir en busca de esa tableta que anda escondida en la despensa.
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